domingo, 25 de abril de 2010

Encuentros

“Los platos de postre y los platos llanos se portaron muy bien. Tomando en cuenta todo, fue uno de aquellos días que hacen que valga la pena la existencia de un ceramista; no obstante, al final, una vez sacadas todas las piezas (del horno) y habiendo reunido en un grupo las mejores de ellas, experimenté una depresión repentina. Esto se debió en parte a los nervios y por el excesivo calor y el cansancio general pero creo que todo artista y ceramista sabe lo que quiero decir.”
Bernard Leach, El libro del ceramista


“Iba hacia el norte, detrás del dorado, detrás de los peces en general, pero sobre todo detrás del dorado, como si realmente los peces y el rey de estos peces corrieran delante de él y fuera preciso darles alcance. Él no advertía hasta qué punto ese pez en particular, se había convertido para él en un ser fabuloso. Todavía, después que lo hubo pescado varias veces, no estaba muy seguro de haberlo hecho plenamente, como si lo que hubiese pescado no fuera en realidad el pez, sino un simulacro de pez. Y en cierto modo no el pez. Lo mejor de él terminaba cuando lo sacaba del agua. Y aún un poco antes.
En realidad, si es que existía alguna forma de hacerlo, este hombre lo hubiese querido apresar en el corazón del agua, en la plenitud de sus medios, no disminuido, en el momento mismo en que el dorado es apenas un resplandor amarillo, un pliegue de oro en el agua oscura, aquel brillo furtivo. Pero eso no podía ser, naturalmente, acaso en el fondo, este hombre hubiese querido fundirse con el pez, ser de alguna manera el pez.
Varias veces y en distintos puntos libró la misma lucha, pero ésta no hizo más que reavivar su deseo. ¡Qué hubiese dado por retener lo indecible, ese instante único en que el dorado brotaba del agua y él tenía la intensa seguridad de que ya estaba vencido!...Pero una vez en el bote, parecía desilusionado, como si no hubiese hecho las cosas bien y el pez no fuera el pez, sino un racimo de oro envejecido.”
Haroldo Conti, Sudeste