jueves, 28 de mayo de 2009

Maltratado de pintura

MALTRATADO DE PINTURA (*)
por Jacques Hérold (1910-1987)
Traducción de Hugo Loyácono

De una calle muy transitada a una avenida, a gran velocidad surge una motocicleta. Su conductor viste campera y pantalón de cuero. En la esquina choca con un taxi. Después del golpe se levanta aparentemente intacto y tranquiliza a los peatones que lo interrogan sobre su estado: su caída no parece haber provocado herida alguna. En el mismo momento de su ropa perforada por numerosos agujeritos, la sangre brota y salpica. De pie, en medio de la avenida por donde continúa el tránsito el motociclista, como una fuente monumental, deja escapar varios chorros de sangre.

En la calle de una gran ciudad un tranvía descarrila y choca contra la pared de una casa. Cuando sacaron los restos del vehículo, se encontró chato, pegado como un cartel en la pared del edificio, a un dependiente de panadería jaspeado de medias lunas incrustadas en su carne.

La empleada de un negocio, subida a una escalera, procede a la limpieza de una vidriera. Su rostro es de una belleza notable. La escalera resbala sobre la vereda; la joven cae y se levanta, con la piel arrancada y arrollada en espirales como viruta, y los músculos del rostro al descubierto, intactos, sin una gota de sangre.

Algunas representaciones directas del inconsciente me habían llevado a la figuración pictórica de personajes total o parcialmente desollados. El carácter inquietante de esta particularidad me incitó a buscar sus causas.
Sabemos que en nuestro inconsciente y en sus manifestaciones los recuerdos infantiles juegan un papel preponderante. Fue en ellos donde encontré la raíz de esa obsesión. Los accidentes que acabo de describir brevemente son los más característicos entre aquellos cuya deslumbrante crueldad había conmovido mi imaginación infantil. Ellos explican la presencia
constante de desollados en mis primeras búsquedas pictóricas.

Mis preocupaciones me impulsaron luego a la representación en movimiento de los objetos, de los personajes y de la atmósfera inmediata.
Para traducir mis preocupaciones en forma concreta, me vi obligado a dar a cada cosa una estructura muscular, la única que, según mi punto de vista, podía expresar el movimiento. Procedí entonces a desollar sistemáticamente no sólo a los personajes sino también a los objetos, al paisaje, a la atmósfera. Hasta arrancar la piel del cielo.

La voluntad de dirigir mis indagaciones hacia la representación cada vez más acentuada de la intimidad de la materia y de la forma me condujo a la sublimación mental. Los seres, los
objetos, todo lo que existe, se cristaliza bajo la influencia del calor, de la presión y del tiempo, y el cristal apareció siempre, ante los ojos de los que pensaron el mundo, como la expresión perfecta de la realidad concreta, como su forma superior, a la vez la más pura y la más exacta. Todo me lleva a creer que en todas las cosas existe en potencia la maravillosa estructura del cristal: es necesario ser vidente, hacerse vidente; es necesario que el ojo del pintor ejerza sobre el devenir de la materia su poder de penetración.

A través de los vidrios movedizos del tren se me aparece el rostro cristalizado de la agonía. Rostro de una vieja cuyas arrugas trazan cada vez más profundamente en la carne las líneas
geométricas, cortantes del futuro cristal. Símbolo de muerte, el cristal arroja ya en su frialdad todos los fuegos del porvenir.

Como la cristalización es una resultante de la forma y de la materia, la pintura debe tratar de lograr la cristalización del objeto. El cuerpo humano sobre todo es una constelación de puntos-fuego desde donde irradian los cristales. Estos constituyen la sustancia de los objetos; la fuerza de gravitación los arranca de la atmósfera. Es necesario entonces que los objetos pintados, para que sean reales, estén despedazados, y para que el viento los atraviese, los flagele y aumente su rotura, es necesario pintar el viento.

El hombre inmutable en su equilibrio orgánico se destaca del absurdo uniforme por el escándalo de su disimetría. Simétrico en cuanto a su cuerpo útil: cabeza en dos, etc., pirámides de la realidad como estratos geológicos, pero disimétrico por su deseo, objeto de su realización, objeto de su lucha, vaso de sangre. Mujer elegida y huésped, también incompleta; mujer y hombre, reflejo el uno del otro, coalescencia de los sexos.

O sílex enmascarado, lanza tu grito magnético.

Cristalizado, el rostro de la ambigüedad, mitad derecha gato, mitad izquierda búho. El hombre es una mitad y la otra mitad es su reflejo.

Un objeto, para que sea deseable debe ser como una bandeja-espejo rota por dos senos vivientes de mujer que lo atraviesan.

Que os hagan un molde de vuestro perfil. Tomad vuestra cabeza, fijadla en los ejes con un torno de madera, y girad según la forma de vuestro perfil.
Tendréis la cabeza que ve todo y lejos.
Nueva toma de contacto.
Cargados de todos los conocimientos adquiridos y de nuestras propias antenas, retorno al universo.
Tratar de penetrar el mundo con los medios sensitivos propios del pintor. Importancia de esos medios.
El cuadro es un campo pasional cuya frente está a la vez en el artista y fuera de él.
El cuadro es el hogar entre el espejo colocado en el interior del pintor mismo, y juega al mismo tiempo el papel de un espejo en las relaciones objeto-pintor.
No tengo preconceptos. Si se pinta el "encuentro" de Lautréamont se convierte en una pérdida de espacio sensible.
El objeto se impone por su propio movimiento estructural.
Los objetos están tendidos hacia adelante. Toda representación real de un objeto está en el pasado y se convierte en costumbre.
Puesto que el objeto no es más que devenir, es para atrapar este devenir, es decir para acelerar su movimiento, que intervienen el poeta y el pintor. Precipitar el devenir del objeto al interior de la solución "duración".
Duración: ácido donde el objeto está disuelto, es decir invisible.
Si se supusiera posible aislar el instante, el objeto no existiría.

El objeto está despedazado por su devenir.

Interdominación de los objetos. La atracción que ejercen los unos sobre los otros. Su derramamiento en la atmósfera.

Punto focal de cada objeto.

El pintor se deja impresionar por el objeto a pintar; es hora de dejarse devorar por la pera.
La mordedura del objeto.
El objeto no se quiere. El pintor tampoco. Es una copulación, una salpicadura.

Esa gran águila que abría con sus alas las grutas de la montaña, la desplegué ante mi, sobre mis rodillas, y lentamente, en vos alta, la leí.
Leed los objetos a libro abierto. El libro no libra los objetos. Leed los objetos: sólo ellos sueltan vuestra imaginación, pues los libros están escritos por otros. Si usted lee en la cama, señorita lleve siempre un árbol para leer. O por lo menos, en la cama, lea su cama.
El universo blando, inmóvil y chato, cesó de vivir.
El mundo toma su nueva y verdadera consistencia.
Opongo a las "estructuras blandas" el objeto construido con aguja, vidrio roto, hojas cortantes, cristal.
Una mano cortante, un corta-puñal.

La cristalización mata al objeto, pero el pintor le vuelve a dar vida, su vida profunda.
Cuando el objeto se cristaliza, sus antenas se vuelven visibles, irradian su yo.
Radiolarios.
Rueda.
Cristalización: perfección de un objeto por el tiempo.
Cristalización provocada: la superperfección de un objeto en su tiempo, es decir, en un tiempo más apropiado a la vida intensa de ese objeto.
Mi pintura es, pues, la contracción mineralizada del tiempo y de la convulsión momentánea de la materia.
El color: resultado de una elección o más bien de un rechazo del objeto.
El color que nos es visible es el que el objeto arroja. Su verdadero color es interno, síntesis de los colores que absorbe.
El pintor hace sensible este rechazo, por el objeto, del color que la vista le presta.

Sobre la tierra todo crece y se manifiesta a una velocidad considerable.
La tierra es un fruto que no cesa de manifestarse.
Crecimiento del vegetal.
Crecimiento latente del mineral.
Velocidad vertiginosa y misterio que se desprende de estos crecimientos.
La expresión de una gran tormenta hace nacer un gran tormento en el pintor.
Tormenta física, porque el mismo que la soporta está en movimiento.
La tierra, tormenta cálida, obliga al tiempo a producir para cada objeto su cristal.

Todo es esta piedra. Este animal es tu seno. Es también ese mineral que gira sobre si mismo y contempla su eternidad. Movimiento pesado y cortante de la abundancia. Es este ojo muy abierto a todos los vientos, este enredo hirviente de crecimientos contradictorios. Prevé los golpes que provocan los choques, sin pesadez, más allá de todas las dimensiones, en la gran confusión.
Los albañiles ciegos hacen los crecimientos, las caídas y los puntos fuego, centros de toda irradiación.
La cabeza vira sobre mi cuello. Todos los animales están pegados a mi cráneo, esta roca. Pequeñas y grandes alas de murciélago salen de mi cráneo, hojas de huesos en el viento. A veces, el viento se apacigua, el aire se suaviza y me duermo.
En mis órbitas, los cristales reposan.

(*) Maltraité de peinture, con dibujos del autor, primera edición Falaize, París, febrero de 1957.
Texto, hasta hoy, inédito en español.

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