sábado, 27 de junio de 2009

Objeto y función


"El funcionalismo fue promovido al rango de doctrina fundamental del arte moderno gracias a los esfuerzos de los miembros del Bauhaus de Weimar, y posteriormente Dessau y Berlín.
Debe su fuerza a la lucha contra el kitsh. En la época de su nacimiento (1910-1913), aparecía como uno de esos numerosos movimientos que junto con el Expresionismo, la Antroposofía
de Steiner, El jinete azul, etc., se oponía a la proliferación de lo inútil y de la conveniencia burguesa(...).
La tesis funcionalista y rigurosa del Bauhaus estaba destinada a tener tal éxito que, desde el punto de vista histórico, aparece como una de las principales doctrinas estéticas concebidas desde el Renacimiento: la belleza se da como algo más, por añadidura, es un acontecimiento suplementario, un epifenómeno (...).
El funcionalismo exige que los objetos estén rigurosamente determinados por sus funciones. Introduce una idea de rigor, de disciplina, y por consiguiente de ascetismo (...).
Una consecuencia de este éxito es la lucha sistemática contra toda irracionalidad, contra todo lo que se agrega a la función, como por ejemplo la decoración. El objeto debe satisfacer perfectamente todas las funciones específicas, definidas por una tabla de valores casi universal, tales como solidaridad, estabilidad, duración, resistencia a las alteraciones; de este modo se establece sistemáticamente una magna charta del funcionalismo, que se propone reducir el objeto a su finalidad, asimilar el mundo de los objetos a un mundo de las funciones. En la práctica, esto significa luchar contra la inutilidad, censura y rigor; el funcionalismo es, en sí ascético. Su combate cristalizó a partir de estos principios: eliminar sistemáticamente lo inútil, y esbozar así una filosofía de la vida. En realidad esta tesis contradice las ideas de la sociedad afluyente. La sociedad de la abundancia se caracteriza por su voluntad de hacer funcionar la máquina económica por medio de la eterna demanda del consumidor; en otras palabras el mercado está inserto en la circulación que necesariamente ha de ir acelerándose. Es una ética de lo superfluo, de la perención incorporada y del consumo a ultranza(...).
La ética del consumo es, como bien lo señala Baudrillard, antiascética, en tanto que el ascetismo de la función construye el objeto para una eternidad razonable.
Debe pues surgir necesariamente de un conflicto, ya que la sociedad crea el sistema del neokitsch pretendiendo incorporar una funcionalidad, a cada uno de los objetos inútiles que crea, y poder apelar así a la modernidad siempre presente del Bauhaus. A. Moles y E. Wall, Kitsch y objeto

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