miércoles, 8 de julio de 2009

Residencia en la tierra

"Me dicen la ciudad. Y yo respondo: el campo. Con las emociones que dan las gredas, las arenas y los cuarzos: con las tierras de la almagra alcalinas, oliendo a mejorana, entre vegetales de sándalo, con las hojas secas de lija, y un arroyo de juncos con puntos de acero galvanizado, con las tierras de alcaen de la Sagra toledana y los olivos, de tordos negros cuajados; también un sapo venenoso con amargor de retama sabor de rana viva; y en el río, un pez perseguidor de lombrices. Que a todo ello lo mojen las lluvias y el sol lo vuelva cieno; que todo tenga olor de tormentas y de rayos partiendo higueras; que me vuelva verde de légamo el picotazo de un mosquito; que hagan al cieno sonido, los murcielagos en los sonidos del tiempo, y al atardecer, en el otoño con una gigantesca nuebe y el cielo negro. Y como salpicado de barro, voy pisando los negros abismos y un ala misteriosa rosa los oidos, ver y sentir la noche cerrada en durísima y tepidante tormenta, guiado por las líneas blancas de los rayos, seguido de lechuzas, mochuelos y cornejas cantando, y el viento cortando mis pasos. Que mi aturdimiento me haga caer por los barrancos; que de levantar y caer por los barrancos, el cuerpo se convierta en barro; presentir que voy a ahogarme en la profundidad del cieno, y en su fondo, a encontrarme los reptiles de los sueños; que la silueta gigantesca de un fantasma en forma de perro negro, me salga al paso, que forma triángulos y círculos alrededor de mi figura de barro y que de ladridos se llene el espacio; que la impresión sea tan grande que me transforme en terrón de tierra y de barbechos mojados.

Que de aquí en adelante no sea más que un terrón de castellanas tierras; que el terrón sea de tierra parda en invierno, con rojo viejo de Alcalá, con amarillo pajizo y matas de manzanilla de Toledo; que tenga también blanco de luna de Pantoja y Alamada con tierra de pardilla y sabor de tostadas con verde de arcilla, lunático y cuajado de flechas de las espigas de lobo; que mi tierra sea envuelta en de olores de tomillos y cantuesos; me den calor los conejos y las liebres; guardado de árboles, de majuelas con tolillos y esbeltos talllos de hinojo y tener por novia los montes de Añover de Tajo.
Y que el viento del amanecer levante el polen de todas las tierras de Castilla, y a mi novia Monteañover le ponga florcitas de hierbapiedra, con lunares de paja-pajaritas; que cante como la valdellana, el coli-rubio y el pica-fríos (...).
Esculturas de los troncos de árboles descortezados del restregar de los toros, entre cuerpos de madera blanca como hueso de animales antediluvianos, arrastrados por los ríos de tierras rojas, y figuras como palos que andan envueltas en mantas pardas de Béjar, tras sus yuntas que
dibujan surcos; cuerpos que avanzan con medialunas brillando en sus manos; hombres que se bañan sudando y se secan como los pájaros, restregándose en las tierras polvorientas, con el aire que lleve polen y olor de primeras lluvias, vida rural que se meta en mi vida, como un lucero cruzando el espacio; luz que aclere los sentidos de lo que anima a los cerros con carrascos, con vida de piedra, con alma de bueyes y espíritu de pájaro; también los machos y las hembras, sobre los montes trazados en cono, en espartos y tomillos; y bramando como el toro cantando por el cuchillo al sol del mediodía, en verano(...).

Quisiera dar a mis formas lo que se ve a las cinco de la mañana. En campos de retama que cubre a los hombres con sus frutos amarillos de limón candealizado y endurecido, y suave como bolitas marfileñas; con olores que llegan de lejos a romeros y cantuesos, olivares y viñedos, y por los tomillos que voy pisando entre las varas durísimas y flexibles del cornicabra; y yo cantando entre barrancos(...).

Esculturas plásticas, con calidades de pájaros que anuncian el amanecer con sonidos húmedos de
rocío y nubes largas, aceradas, sobre las nieblas del espacio, en invierno, con ladridos de perros de majada y humos de estiércol quemados con paja; matas flexibles de hinojo, en limpias arenas blancas, en arroyos solitarios con amarillo de rastrojo castellano; el amarillo que al tocarlo, ruraliza sensualmente el alma, llenándola de frío, con el temple de los gigantescos truenos, con la danza incandescente de rayas blancas lanzadas por mis manos contra el suelo.
Formas hechas con el agua y el viento en las piedras que bien equilibradas se quedaron solas, a lomos de los cerros rayados y escrementados por las garras y picos de los pájaros grandes.
Formas de vibraciones de hojas de cañas a las orillas de los ríos(...)
Alberto "Palabras de un escultor" en "Cerámica arte & técnica" Nº 5 agosto-septiembre 1993.

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